Una astilla de cristal, el comienzo, 1980

pajaros Pictures, Images and Photos
Las voces y el agua en una procesión de fuegos, no hay humo ni las imágenes se dispersan. Me entretengo en la lectura de César Vallejo, son “Los heraldos negros” los que brillan en el fondo. Mi anuncio. Para verte hago un gran viaje, desde mis ojos a los tuyos. Hoy no traspaso el espejo. El recuerdo es nítido. Son las voces de los niños que me animan a salir de esas paredes amistosas, es el agua la astilla de cristal que resbala como esquirlas sin heridas. En el siempre y el nunca, entre esos días de agosto, para mirarte hay un montoncillo de claveles blancos. Adrede multiplican tu sonrisa, y apareces en cada esquina, a la una de la tarde…a las cinco de la tarde.

Creo que comencé a amar a Lorca al mismo tiempo que a ti. Un espejo que no tiene solución, nada era casual pero sí radiante. 1980, los dos en una escuela, grande y pequeña. Muchos infantes, y tú enfrente de ellos. Traspaso la distancia para contar que el tiempo era mayúsculo en la espera. Nuestro director me animaba cuando llegabas. Y se llenaba todo el patio con tu presencia.

Puedo verte, aunque en el fondo de mis ojos el humo llegara a presentarse. ¿Sabes que me llama por mi nombre? Pienso que ha de ser mujer “el hombre no es hombre, hasta que escucha su nombre, de labios de una mujer” (Machado). Es mi lengua, la eternidad que comienza en lunes para terminar en diciembre. Si todo lo profundo es doloroso, hay que llevarle de la manita. Puede que no sea fácil. Pero al hacerlo muchas veces, la costumbre puede descarnar un corazón helado.

Hoy mi corazón hace más real todos los te quiero, no sangran como si fuese una despedida. Es un reloj que únicamente va a terminar mi soledad en tu latido. Porque te quiero tanto, mi corazón es Dios dentro de un pecho de agua, con sangre no hirviente, sino pausada.

¡Qué feliz me hace recordar! Voy bebiendo cada uno de nuestros pasos al autobús, e irnos a la colonia Roma, donde tomabas tus clases de pintura. Mira que sabía ya de los latidos en el césped, el moría y vivía de acuerdo con tu presencia. Ahora es un encuentro desnudo en el tiempo, para contar la sed del mar, y que yo sacio en los labios y para siempre. Tus manos no eran una pintura, eran la alegría que se encargaba de llenar los patios de la escuela. Tú, maestra; yo, el imberbe enamorado que se desvivía dibujando en el aire mil veces tu nombre. Es el tiempo anterior que se proyecta para dentro de poco. Hoy escuché la palabra ¡basura! y para mis adentros dije: “¡recíclenme!”.

De lejos, las luces son muchas para atraparlas. Un viento quieto se quiebra de vez en cuando entre las hojas, y devela la hermosura de una noche. Estoy de pie. Dando las vueltas reglamentarias, con un cuaderno en la mano. Pero camino hacia atrás, hasta dejar lo soñado en las manos, en un movimiento mortal, sucesivo, para no borrar el sendero. Los troncos viejos son mi cama, y debajo de ella mis cenizas y el firmamento. Miro arriba. Como buscando salir. Las olas esperan. Los cantos de los críos van y vienen. “Adiós don Pepito, adiós don José”.

Me enamoré de tus ojos, lo he dicho; me enamoré de tu voz. Hoy mi voluntad no pregunta, no quiere oír. Es poco el tiempo y las ganas de dormir cubren mis ojos ciegos. No divido el agua ni los cristales se afilan. La vida, corazón, es un desprendimiento de la tierra. No hay temblor. Aunque quiebras mi mirada, te veo venir deslumbrando madera, cima y cielo.

Deja un comentario